Tlatelolco: La Memoria Imperecedera de Aquel 2 de Octubre

Nuestras manos estaban entumecidas por cargar una pesada ametralladora hasta la azotea del edificio. La vista desde aquí arriba era impresionante, una Ciudad de México que parecía abrazar el horizonte con sus brazos de concreto y asfalto. Pero en ese momento, todo lo que podíamos sentir era tensión en el aire. Éramos jóvenes, estudiantes que solo buscábamos un México más libre, más justo. No teníamos miedo, solo incertidumbre.

Aquel edificio, la Unidad Habitacional Nonoalco-Tlatelolco, llevaba consigo una historia profunda, y nuestra misión en ese día de octubre de 1968 se teñía de ese pasado. El departamento en el que nos encontrábamos aún pertenecía a la cuñada de un ex presidente, una sombra que se cernía sobre nosotros mientras nos preparábamos para el evento que cambiaría nuestras vidas y la historia de México.

El Consejo Nacional de Huelga nos había convocado a un mitin en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. Era un llamado para informar sobre la situación de la Escuela Nacional de Agricultura en Chapingo, para rendir homenaje a las brigadas que habían luchado incansablemente en el movimiento estudiantil y para discutir otros temas cruciales. No éramos solo estudiantes; éramos hijos, hijas, hermanos, hermanas, padres y madres que compartían una visión de cambio en México.

Mirábamos hacia el piso tres del edificio Chihuahua, donde se encontraban los oradores del mitin, miembros del Consejo Nacional de Huelga (CNH). Dos helicópteros sobrevolaban la plaza, uno de la policía y otro del ejército, como cuervos acechando a su presa. Las bengalas verdes iluminaron el cielo, señales que todos comprendíamos, pero que no podríamos haber anticipado.

La tensión en la plaza era palpable. Las bengalas verdes se transformaron en disparos, y el sonido de las balas rompiendo el aire era ensordecedor. Algunos de nosotros corrimos en busca de refugio, mientras que otros se quedaron, determinados a hacer frente a lo que se avecinaba. ¿Quién disparó primero? Esa pregunta nos perseguiría durante décadas, una herida en la memoria que nunca cicatrizaría por completo.

La versión oficial hablaba de provocadores armados entre nosotros, señalándonos como los instigadores del caos. Pero sabíamos la verdad, que las bengalas y los disparos provenían de fuentes desconocidas. La confusión se apoderó de la multitud mientras intentábamos comprender lo que estaba sucediendo.

Pronto, el Batallón Olimpia recibió la orden de arrestar a los líderes del CNH. Hombres con guantes blancos o pañuelos blancos atados a la mano izquierda avanzaron, y nosotros, la multitud atónita, nos encontramos atrapados en medio de una pesadilla. El caos se desató a nuestro alrededor, y los disparos resonaron en los edificios y las calles.

La masacre continuó durante la noche y los días siguientes. Las cifras de muertos y heridos se multiplicaron. Los testimonios hablaban de balas que alcanzaban a estudiantes, periodistas y observadores por igual. Los soldados y policías operaban casa por casa, llevando a cabo arrestos y confiscando todo rastro de evidencia.

Hoy, décadas después, recordamos aquel 2 de octubre de 1968 como un momento que nunca debió haber sucedido. Las cicatrices en nuestro país y en nuestras almas son profundas. La verdad sigue siendo esquiva, y la justicia aún no ha prevalecido por completo.

Pero a pesar de la oscuridad de ese día, seguimos luchando. La memoria de Tlatelolco vive en nosotros, en cada mexicano que anhela un país más libre y más justo. Mientras miramos hacia el pasado, también miramos hacia un futuro en el que la verdad y la justicia finalmente brillen como una luz en la oscuridad.

Comentarios Finales

La Matanza de Tlatelolco, un episodio sombrío que ha dejado una huella imborrable en la historia de México, sigue siendo un recordatorio ineludible de la importancia de la justicia y la memoria. A pesar de las décadas transcurridas, las heridas permanecen abiertas, y la búsqueda de verdad y justicia se mantiene firme.

Esta historia un inmenso potencial para explorar las profundidades de la injusticia y la lucha por la verdad. La Matanza del 68 se convierte en una narrativa atemporal que resuena en cada generación, recordándonos que la historia no debe olvidarse y que la justicia nunca debe ser esquiva.

Hoy, a mas de 50 años de aquel fatídico día, la demanda de justicia continúa siendo una llama ardiente que ilumina el camino hacia un México más democrático y equitativo. A medida que el país avanza hacia el futuro, la Matanza de Tlatelolco permanece como un recordatorio de que la lucha por la justicia nunca debe detenerse, y que la memoria colectiva es una fuerza poderosa que puede impulsar el cambio.

Así, en honor a las víctimas de aquel triste día y como tributo a la perseverancia del pueblo mexicano, la Matanza de Tlatelolco se mantiene como un símbolo de resistencia, recordándonos que la lucha por la justicia es eterna y que la verdad siempre debe prevalecer.

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