Por Francisco Juárez Guel

Óscar (así le llamaremos para preservar su identidad) ha enfrentado penurias desde San Pedro Sula hasta Saltillo, Coahuila, con la esperanza de encontrar una vida mejor para él y su familia. Sueña con cruzar la frontera de México y llegar a Estados Unidos. Nos sentamos en la entrada de La Casa del Migrante de Saltillo mientras compartimos unos hot dogs que compramos en una tienda cercana. Óscar habla en voz baja, con una mirada nostálgica y llena de dolor. A veces voltea hacia atrás, como si sintiera que alguien lo persigue.
Me pide que entremos al albergue porque necesita recoger una muda de ropa que lavó y colgó en unos tendederos improvisados en el terreno del lugar. Allí les ofrecen alimentos, regaderas para bañarse y lavaderos para limpiar su ropa. Al entrar, el encargado me pide una identificación. Le muestro una que me proporcionó el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados durante la Caravana Migrante de 2020. La revisa y me permite pasar.
Óscar recoge su ropa, raquítica y desgastada, de los tendederos. Luego se sienta nuevamente y termina su hot dog.
—¿Qué dificultades enfrentaste desde tu tierra hasta aquí? —le pregunto.
La pregunta lo afecta profundamente; sus ojos se llenan de lágrimas. Se arremanga el pantalón hasta el chamorro y me muestra una cicatriz reciente, rodeada de un hematoma muy pronunciado.
—Me dispararon para que hablara y diera el número de teléfono de mi familia. Como no quise colaborar, me hirieron. En Chiapas vi cómo mataron a dos hermanos salvadoreños por no dar el número de celular de sus familiares en Estados Unidos. Seguramente fueron los maras.
A lo largo de su trayecto en México, Óscar ha sido víctima de robos y extorsiones, desde Tapachula hasta Matehuala. Me cuenta que, según su experiencia, las autoridades migratorias están coludidas con criminales. En un retén antes de llegar a Saltillo, a todos los hombres los obligaron a bajar del transporte y les exigieron mil pesos a cada uno. Les advirtieron que, de no pagar, los abandonarían en el desierto para que fueran presa de los coyotes.
Antes de despedirnos, me da su número de celular. Planea llegar a Reynosa o Nuevo Laredo para intentar cruzar la frontera. He intentado contactarlo varias veces sin éxito. Espero que esté bien.
Escena 2
Hace más de diez años, en Ceuta, España, frente al estrecho de Gibraltar y a unos metros del Reloj del Sol, un amigo y yo disfrutábamos un bocadillo de jamón serrano mientras mirábamos hacia Tarifa. De pronto, de una especie de alcantarilla, unas manos morenas comenzaron a remover la tapa.
Un hombre corpulento salió con esfuerzo. Sus ropas estaban desgarradas y llevaba vendas sucias en las manos, llenas de ámpulas por quemaduras. Nos pidió algo de comer, y le ofrecimos nuestros alimentos. Con mucho esfuerzo, nos contó que había llegado hacía cuatro días desde Tánger, escondido bajo una furgoneta.
—Por eso me quemé las manos. Mi compañero cayó al pavimento y la guardia marroquí lo detuvo. Yo logré llegar a Ceuta, pero espero llegar a Madrid o Sevilla.
Provenía del África subsahariana y su mirada reflejaba un cúmulo de sufrimiento y esperanza.
Reflexión
¿Qué tienen en común estas historias, a pesar de la distancia y el tiempo? Sin duda, la huida de migrantes que escapan de la violencia y el hambre. En los últimos cinco años, las fronteras de México se han saturado con miles de personas provenientes de distintos puntos del mundo, víctimas de asesinatos, violaciones, extorsiones y asaltos perpetrados por mafias del crimen organizado, muchas veces coludidas con autoridades corruptas.
Ciudades como Tapachula, Matehuala o Saltillo son testigos mudos de estas atrocidades, propiciadas por la desigualdad social y económica.
Esperemos que la dureza hacia los migrantes que pregona Donald Trump, presidente electo de Estados Unidos, no pase de ser una táctica para intimidar a sus adversarios políticos. Al mismo tiempo, urge detener la migración forzada por conflictos como los de Palestina y Ucrania. De lo contrario, la paz tan anhelada para este 2025 seguirá siendo solo un sueño, cada vez más distante y en peligro.